Cuando crecí, la importancia que tenían las observaciones de los profesores era alta, al grado en el que se hacía todo lo posible por atender a las recomendaciones. Hoy en día considero que las observaciones siguen teniendo esa misma importancia, pero parece ser que el profesor es ahora quien tiene que observar según lo esperado por los alumnos, es decir, convertirse en el observador que el alumno desea tener.
En las últimas generaciones parece que en los hogares se ha educado con la creencia de que cada hijo es perfecto. Y para cada padre lo son. Es por ello que llamo a nuestra sociedad, la sociedad de la perfección.
No obstante, creo que esta sociedad de la perfección está muy distante de ser perfecta. Es necesario que esos ojos de perfección de padres, alcen un poco la mirada para ver el paisaje completo y notar las diferencias y el enriquecimiento de nuestro entorno, donde todos somos observadores y agentes diferentes, y donde nuestro entorno se compone de un ambiente muy complejo, a veces caótico, donde cada uno de estos seres perfectos, interactúa y ojalá que modifique para bien este entorno irregular. Y más allá de que los padres alcen la mirada, deben también en conjunto con los profesores, enseñar a los estudiantes a observar este ambiente en el que estamos inmersos, y que como individuos, para todos es igual de valioso nuestro ambiente.
Como profesores vemos la juventud de hoy como una juventud egocéntrica, apasionada, intensa, inquieta, hiperactiva, con una amplia necesidad de reconocimiento y afiliación, y con una falta grande de compromiso. Estos factores son producto de la sociedad de la perfección. La creencia de la perfección por el contrario lejos de la búsqueda del aprendizaje para mejorar, da la perfección como algo previamente establecido y alcanzado, por lo cual los discursos adolescentes resaltan las virtudes y valores, aunque los mismos adolescentes en ocasiones desconocen su significado.
El aprendizaje es un cambio, y cambiar parece que ahora cuesta más que antes. Los errores que cada alumno comete parecen tener un impacto emocional más grave que antes, al grado de percibir trauma, maltrato y destrucción de la autoestima. Y por ello se evita a toda costa equivocarse. El alumno y sus padres consideran imposible “no saber”, porque ya son perfectos, y quien se equivocó es seguramente el profesor, o la institución. Quiero aclarar que no estoy diciendo que los profesores o las instituciones somos perfectos, al contrario, el reto aquí es cómo lidiar con esta situación de la manera más formativa posible.
John Taylor Gatto (2000) plantea que los estudiantes no aprenden a vivir o sobrevivir en un salón de clases, sino en el mundo real, por lo que nos recomienda proveer a los estudiantes de las herramientas con las que ellos podrán vivir y respirar en el mundo que los rodea, y que cada lección la impartamos pensando en las personas que se convertirán en el futuro.
Por lo anterior, uno de los desafíos en la sociedad de hoy es ¿qué es más formativo, una calificación dura (justa) o una suave? Una calificación dura le hace ver al alumno la realidad desde el punto de vista del profesor como observador, al mismo tiempo que lo prepara para cómo será la situación en el ambiente laboral. Por el polo opuesto, una calificación dura puede desmotivar al alumno por el efecto de la sociedad de la perfección, y lo puede conducir hacia una sensación de injusticia por parte del profesor, ya que “me bajó muchos puntos por un pequeño error”, “no me recibió la tarea porque el profesor no entiende que tuve un problema”, “si no tengo una mayor calificación me van a quitar la beca por su culpa”, “contaba con el 100 y usted me lo está quitando”, entre otros. Si bien esta situación considero es responsabilidad del alumno y no del profesor, podría cortar la empatía entre el alumno y el profesor, así como las posibilidades de un asesoramiento y acompañamiento posterior del profesor.
Es por esta única situación que a veces reconsidero suavizar una calificación, por la oportunidad de crear empatía para poder hacerle entender en el futuro a un alumno el valor de la responsabilidad. Debo reconocer que no siempre lo logro, y a veces si lo logro no me toca verlo, pero en este caso prefiero darles un voto de confianza aunque me queda la duda sobre si hice lo correcto. Parte de generar esta empatía es uno de mis objetivos de desarrollo personal y constantemente sigo en mi búsqueda de encontrar mejores formas y situaciones para lograrlo.
Una estrategia que he implementado en mis cursos para lograr esta transición hacia la responsabilidad es aplicar evaluaciones formativas, donde una vez que asigno una calificación en un avance de proyecto, doy la oportunidad de modificar esa calificación en la entrega final del proyecto, valorando así lo aprendido en el proceso.
Otra manera de abordar esta transición y además promover el pensamiento independiente es utilizar una estrategia de educar desde los errores (Regan, 2013), donde indaguemos a los alumnos sobre cómo y en qué se equivocaron, y el aprendizaje significativo que lograron al equivocarse. Quizás lo anterior contribuya en hacer entender que los errores son naturales y son parte del aprendizaje.
Pero lo que verdaderamente me preocupa ante estas situaciones, es que se le dé mayor importancia a la calificación que al aprendizaje. Y es parte del reflejo que vemos hoy en la sociedad donde se valora más el dinero, que los mismos valores humanos. Y las preguntas para las cuales me gustaría tener una respuesta son ¿cómo revertir este efecto si en muchos lugares esto es lo que se enseña? y ¿cómo transformar la sociedad de la perfección en una sociedad en búsqueda de la perfección?
Referencias:
1. Gatto, John Taylor (2000). “The Underground History of American Education: A Schoolteacher's Intimate Investigation Into The Problem Of Modern Schooling”. Odysseus Group. 412pp. ISBN 0945700040.
2. Regan, Margaret (2013). “3 Strategies to Promote Independent Thinking in Classrooms”. Edutopia: What Works in Education. Consultado el 4 de diciembre de 2013. Recuperado de http://www.edutopia.org/blog/3-strategies-promote-independent-thinking-margaret-regan